miércoles, 14 de septiembre de 2011

HISTORIA DEL SR DE LOCUMBA

La indiferencia y la abulia pueblerina se sacudieron repentinamente con agitación violenta, rasgando la tradición monotonía de la paupérrima condición en que allá por el año de 1700 constituía lo que es hoy, el pueblo de Locumba, ubérrimo valle de prodigioso atractivo panorámico y privilegiada condición en el aspecto natural.
Era una mañana de radiante esplendor, justamente el 14 de setiembre, el viento parecía atronar de alegría en las cumbres, un sol rutilante avivaba el ambiente, los pajarillos que por designio de la naturaleza surcaban el espacio; le procuraban gracia especial al ambiente, dándole alegría además, con sus dulces y melodiosos trinos.
Acaso con la influencia divina intuían un acontecimiento que a breve paso estaba por presentarse dentro de los lindes de este agreste lugar, y efectívamente instantes después cuando era mayor la loca algarabía de las avecillas, repentínamente hizo su aparición un hermoso e inquieto mulo de color blanco que llevaba a cuestas como liviana carga, dos cajas debidamente liadas y cada una de ellas signadas con determintes rótulos, una decía; SEÑOR DE LOCUMBA y el otro SEÑOR PARA EL VALLE DE SAMA.
La novedad cundió en el lugar, cuando un humilde labriego servidor de un hacendado español avistó la acémila de tan llamativas condiciones, rápidamente corrió a dar cuenta a su amo a la vez que a cuanta persona encontraba a su paso, con abultados caracteres daba referencia de la presencia del albo y brioso animal, pronto el vecindario de esa modesta poblada, en multitud hizo su presencia en el lugar de la aparición poseídos de la más viva inquietud.
Miradas profundas y las más inquietantes interrogaciones se proferían; pues estimaban que el animal lígicamente tenía que tener un procedencia y desde luego, alquien quien le hubiera guiado hasta ese lugar. Pasaron minutos, y así un larga espera, pero, es el caso que ningún ser viviente foráneo o del lugar hacía reclamación o intercedía en favor de los bultos tan extraordinariamente rotulados.
Alguien en un arranque de grata audacia dio la sugerencia de proceder a la descarga del animal y luego conocer cuál era el contenido de esas cajas de apreciable dimensión y que tan novedosamente había hecho su presencia en ese lugar.
El hacendado español por sus mismas condiciones culturales de inmediato no se atrevió a ese proceder que estimaba indebido, pese a que, a él también le inquietaba seguramente, así como al resto del vecindario, dar fé del contenido de esas urnas, pero su prudencia frenaba esos ímpetus; y serénamente decidió prolongar la espera. Finalmente acicateado también por la curiosidad y por la insinuación de las gentes, dispuso que las cajas fuean abiertas. En orden y presas de nerviosismo fueron varias manos las que ávidamente procedieron al trabajo y de acuerdo con la sencillez de esas gentes y, de acuerdo también, con el tiempo que entonces se vivía, todos unánimemente, mustua la expresión y elevando los ojos al Cielo se postraron: Era la efigie de Dios que hacía su presencia en ese modesto poblado.
Después de orar con profunda terneza y emoción, al vecindario quedó en un trance de dulce y grata quietud, parecía que hubieran descargado de su conciencia el enorme peso de sus pecados; que hubieran limpiado sus almas de toda la impureza que a diario nos procura esta terrena vida por mucho que nuestra fé y nuestra cristiana creencia nos haba impulsar y nos aliente para sustraernos del mal.
Y así limpia la conciencia, limpia el alma con la maravillosa presencia del Divino Crucificado, orando intermitentemente aguardaron lo suficiente en espera, y en la seguridad de que alguien se presentaría a demandar pertenencia de esas sagradas imágines que se guarecían al pie de un coposa palmera. Y así transcurrieron virias horas de infructuosa espera, motivando entonces el traslado de las efigies al pueblo mismo, donde fueron objeto de incansable veneración.
La determinación que transitoriamente se había tomado para aguardar con santa paciencia la presentación de quienes acreditaran pertenencia de la acémila y los sagrados bultos, sobrevino la consideración que se traba de un acto portentoso y que sencillamente en el asunto estaba en juego la voluntad de Dios. Para el caso abundaron las consultas se sucedieron interesantes deliberaciones y por fin se determinó que una de las efigies, conforme lo señalaba el rótulo de los baúles, quedara en Locumba y el otro, continuara el rumbo de su destino, que era el Valle de Sama.
Cuando con la pompa que podía exhibir ese modesto pueblo y con la suntuosidad que originaba esa situación calificada ya de divina, habían aprestos para ese cumplimiento se vino a acicatear más el ambiente en ese sentido, luego que uno de los mozos de la aldea presa de alarma anunciaba a grandes voces que el mulo había desaparecido sin dejar huella nunguna en el lugar donde junto a la palmera se le había estacionado. Primando entonces la certeza que el ocasional y maravilloso hallazgo no era otra cosa que efecto de la majestad omnipotente de Nuestro Señor. No obstante esta situación de profunda fé cristiana que remarcaba el ambiente con motivo de la santa aparición, la criatura humana siempre presta a incurrir en el pecado, dió curso a la desobediencia, atentando contra la voluntad impuesta por acción Superior y concibió entonces el pueblo, la atención de cambiar la urnas y por consiguiente su sagrado contenido.
Había desaparecido el albo e inquieto mulo; huellas de su traslado no se adevertía por ningún lugar, pero pesaba en la conciencia del vecindario cumpli con la obligación de trasladar la otra urna a su destino, con este fin se enjaezó de la mejor manera otro mulo que fué proporcionado por alguno de los tantos vecinos que en multitud atendían ese cumplimiento. Fue en ese momento cuando la característica ambición humana afloró en alguno de los vecinos y entonces insinuó que se hiciera el truque de las efigies, en razón que la que correspondía al Valle de Sama era de mayores dimensiones, y como siempre somos susceptibles al pecado, la insinuación asi lanzada cundió en el ánimo de los pobladores y todos al unísono jubilosamente clamaron: "¡Claro, el Señor mas grande que se quede con nosotros ...!"
La voluntad del pueblo estaba dispuesta y no hubo ni podía haber intención humana para disuadir ese propósito, la urna fue debidamente asegurada y mejor acondicionada sobre el lomo de la acémila para que en las mejores condiciones iniciara el viaje, normalmente fué suspendida y, luego el animal, cuando estuvo cargado tampoco manifestó agobiarse por el exceso de peso y en medio de rezos y cánticos de alabanza y gracias a Dios se depidió a la efigie de Cristo que se enviaba al pueblo de Sama. Empero casi a la distancia de un kilómetro de marcha la bestia súbitamente comenzó a jadear, parecía que un agobiante peso la doblegaba, sin embargo el comisionado, enérgico y severo, exigía al animal rindiera paso regular, pues se manifestaba extrañado que con un liviano bulto a cuestas tuviera esas manifestaciones. Lamentablemente unos cuantos pasos más y la bestia consumida de cansancio se doblegó a tierra, entonces alarmado el hombre conductor de esta empresa en esa senda de herradura, velozmente retornó al pueblo para dar cuenta de tan extraña ocurrencia. En extraordinaria novedad prácticamente los vecinos "volaron" al sitio donde se acababa de registrar tan anormal situación, dándose con esa real e insólita ocurrencia.
Luego después de un cambio de ideas un conocido arriero, en esos lejanos tiempos puso a disposición un fornido mulo que pertenecía a su árrea acostumbrada a trajinar hasta en las más inhóspitas sendas en el transporte de minerales entre el Perú y Bolivia. La acémila en referencia recibió la carga y reanudo la marcha; pero corroborándose la situación anterior, cuando no alcanzaba a transponer una distancia mayor a unos 300 metros, también se advirtieron en el animal las mismas dificultades y finalmente las mismas consecuencias. El bulto conteniendo al Divino Crucificado se hacía inmensamente pesado, y es que la desobediencia o la alteración a la voluntad de Dios no está permitida. . . Así en vista de los reveses que se sucedían sobrevino la reconsideración y entonces con buen criterio el vecindario llegó a comprender que el trueque no era procedente y que tenía que someterse a aceptar que la urna destinada a Locumba se quedará en ese lugar, conforme era su destino. De esta manera el embalaje consignado a Sama fué enseguida acondicionado y siguió a ese lugar con la mayor naturalidad. Era la voluntad de Dios la que se imponía.
publicado por GERMAIN

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